Jamás había creído en eso que dicen; que el estres y una preocupación profunda pueden darte insomnio. Estúpidamente creí que hasta hereditario debía ser. Parte del breve alivio que sentí fue ese, saber qué es lo que me quita el sueño; la otra parte la sentí porque al mismo tiempo me di cuenta de que no era nada tan absurdo y superfluo como las cosas que suelen alimentarme las inseguridades. Y casi inmediatamente se disolvió el esbozo de sonrisa que produje, y se me despresurizó el estomago.
Hay cosas que, sin pensar en ellas, deseamos que no sucedan. Hay cosas que no se pueden evitar, y que son, siempre, de una u otra forma, culpa nuestra. Cuando se tiene hermanos, se reparte la culpa, pero no deja de sentirse como mil leguas de peso submarino. Hay cosas que llevan años cociendose, y entonces llega un agente externo e inesperado, y todo revienta y se nos astilla la vida porque no quisimos darnos cuenta, o evadiamos el tema cuando era obvio, o no había nada que se pudiera hacer, y de todas formas solo hay recuerdos malos.
Una u otra vez me he preguntado a cuál de los dos quiero más, a quién elegiría cuando no hubiera otra opción. Tiernamente dejaba de lado esa pregunta que sentía que estaba de más, porque nunca iba a tener que preferir a nadie.
Mi hermana dice que a mi mamá, porque es más fácil de tratar. Dice que nos darían gusto en todo con tal de compensar el daño. Si lo hicieran o no, igual no les pararía bolas. Pero siempre la miraba con ganas de evadir la idea, porque no quería aceptar que era un posibilidad. Que mi mamá se quedaba con mi hermano, y nosotras veíamos qué ibamos a hacer. No sé bien si es la costumbre, como en todo, lo que no me permite asimilar el escenario.
Pero ahora sé que es más que posible. Y por eso no puedo dormir.