Un hombre, un alma armada, una rosa descolorida.
No me gusta no poder recordar como te veía, ni mucho menos el que no puedo porque no lo hacía. No te conocí, no te contemple. No me queda de ti mas que la música que me prestaste para conducir mi vida, que junto a la tuya, es luz de una noche.
No me queda y no me quedará más que la imagen de un quijote sin molinos que se esfuma mas rápido que el tiempo, entre trasfusiones de sangre enferma y el espacio detenido donde se suspenderá tu ahora débil presencia.
No me gusta imaginar tu memoria en un cajón, con las manos cruzadas donde se fosilizará tu inmovil corazón desvalido, ni notar que realmente nadie evitará que te vayas contra tu voluntad. No puedo aceptar que tu voz forsoza de letras enredadas dejará de confundir significados y canciones, de ser ronca y juguetona y de en enseñarme formas de reír.
Pero debo hacerlo. Sobre todo teniendo en cuenta que te acercas al final cada día un poco más mientras te consumes hacia adentro, te desgastas, y la forma en la que ves el mundo sin verte en él ya no es suficiente soporte. No puedo sumarle días a la vida que se te escapa en quejidos y cansancio, ni absorber la enigmática vitalidad que niega abandonarte todavía. Temo incluso no poder recordarte, mientras junto con mi memoria se ensancha el olvido.
Aun sabiendo que eventualmente morirías, siento que no era el momento, y que tu salud saboteada por tus ancianos órganos te habría alcanzado para más soles en otras circunstancias.
Eres un ocaso largo, uno que ya padeció mucho, una luz borrosa que nos tiene alerta. Cuando acabe el día, marcharas con él, subirás la escalera al cielo que canta promesas de un sueño dorado, el que has perseguido, y me alentaste siempre a no renunciar.
Y ni entonces me daré cuenta, excepto cuando note que la música suena distinto: EN LO ABSOLUTO.
Lamento las metáforas; sé que no te gustan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario