Ya no creo que las sensaciones estén hechas para transcribirse. Las ideas sí, pero no lo sentido, no las emociones; lo creo precisamente porque esa parte de la escritura es la que me toma el pelo, y si lo único de lo que puedo estar segura cuando me siento liviana al mirar por la ventana de un bus en movimiento al que me subí esperando que me dejara casi en la puerta de mi casa, es que complicar lo fascinante que me pareció el hecho de cuan fácil me sobrecogía el paisaje que se borraba a 76 Km/h por querer hacer de ello una experiencia trascendente, es falsificar lo pleno y memorable del momento.
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