
Notar que el océano es inabarcable aun de frente.
En el horizonte se extiende el sentimiento de perseguir lo que se ha ido; Las olas llegan a tus pies con una espuma de sabor turquesa; Chocan trayendo consigo los recuerdos malsanos de tu vida, aquellas cosas que te dijiste a cierta edad deberías dejar atrás; Tal vez debes ser como aquellas cosas que el mar ha diluido en su arrastrar. Pero como olvidar lo que recuerdo al venir, si fue amor y nada menos lo que me indujo aquel atardecer; un atardecer que se puede comparar con lo efímero de la felicidad. Pensar que al alba siguiente solo encontré respuesta en zarpar al lugar donde el amor huyo, donde sé que se oculta el sol. Y aun entonces, buscar el camino para volver a ver aquellos ojos y ponerlos en otro atardecer más.
El atardecer es, por donde lo veas, una alegría que se te escapa a los sentidos, hundiéndose en esa oscuridad a la que nunca podrás llegar. Nadie nunca debió tratar de dictarnos lo que el amor es en la vida. Es como el mar, un amigo traicionero que solo te deja ver una parte de si mismo; como la fuerza que tenían sus susurros desarmándose en mi espalda; que el viento en la bahía siempre transporta de esa manera los pensamientos obvios; que aquellas líneas que dibujaba su sonrisa en mi memoria, no eran más que marcas del paso del tiempo, que cuando se dejan caer sutilmente sus esquinas, dejan surcos al arrastrar; que el blanco se ve mas blanco de lo que debe, porque las almas en estas esquinas del universo salen a oler los resquicios del mar. Pero para mi fue amor, y aun sabiendo que no lo sería luego, lo amé.
Amo aquellos ojos pardos, tu aroma estelar, tu actitud pícara. El universo se reduce a los dos estando tan cerca. Tu forma de invitar a las olas a romper la línea de tu andar. Tu piel dura, morena y encendida. Tus labios de durazno. Tus ojos los astros que dan luz a los míos. Tu pecho vibrante, de sabor matinal, tus hombros a pimienta, tus manos manzanas verdes, tu cabeza la coraza de las cosas que deseo, tus orejas de café, tu espalda el alfiletero de mis manos inquietas, tu cadera enredada entre mis piernas, tus piernas confundidas sin ser torpes, tu alma el mar que alcanzo a divisar, que me permite soñar sin temor. Tú, perforándome la vida.
En el horizonte se extiende el sentimiento de perseguir lo que se ha ido; Las olas llegan a tus pies con una espuma de sabor turquesa; Chocan trayendo consigo los recuerdos malsanos de tu vida, aquellas cosas que te dijiste a cierta edad deberías dejar atrás; Tal vez debes ser como aquellas cosas que el mar ha diluido en su arrastrar. Pero como olvidar lo que recuerdo al venir, si fue amor y nada menos lo que me indujo aquel atardecer; un atardecer que se puede comparar con lo efímero de la felicidad. Pensar que al alba siguiente solo encontré respuesta en zarpar al lugar donde el amor huyo, donde sé que se oculta el sol. Y aun entonces, buscar el camino para volver a ver aquellos ojos y ponerlos en otro atardecer más.
El atardecer es, por donde lo veas, una alegría que se te escapa a los sentidos, hundiéndose en esa oscuridad a la que nunca podrás llegar. Nadie nunca debió tratar de dictarnos lo que el amor es en la vida. Es como el mar, un amigo traicionero que solo te deja ver una parte de si mismo; como la fuerza que tenían sus susurros desarmándose en mi espalda; que el viento en la bahía siempre transporta de esa manera los pensamientos obvios; que aquellas líneas que dibujaba su sonrisa en mi memoria, no eran más que marcas del paso del tiempo, que cuando se dejan caer sutilmente sus esquinas, dejan surcos al arrastrar; que el blanco se ve mas blanco de lo que debe, porque las almas en estas esquinas del universo salen a oler los resquicios del mar. Pero para mi fue amor, y aun sabiendo que no lo sería luego, lo amé.
Amo aquellos ojos pardos, tu aroma estelar, tu actitud pícara. El universo se reduce a los dos estando tan cerca. Tu forma de invitar a las olas a romper la línea de tu andar. Tu piel dura, morena y encendida. Tus labios de durazno. Tus ojos los astros que dan luz a los míos. Tu pecho vibrante, de sabor matinal, tus hombros a pimienta, tus manos manzanas verdes, tu cabeza la coraza de las cosas que deseo, tus orejas de café, tu espalda el alfiletero de mis manos inquietas, tu cadera enredada entre mis piernas, tus piernas confundidas sin ser torpes, tu alma el mar que alcanzo a divisar, que me permite soñar sin temor. Tú, perforándome la vida.