Entonces insistirías en preguntas de reacciones desiertas, y te observo mientras discurres y discutes hablando tan preocupado por comprender.
Quiero que entiendas que mi sonrisa es por ti. Entiende y no te preocupes porque la única explicación que puedo articular con los labios te la doy cuando están fundiéndose en una quemadura leve, de segundo, tercer o primer grado con los tuyos. Si hay o no que ponerle nombre a las cosas, no te preocupes. Y si aun no quedaras satisfecho y te dijera que amo la curiosa manera en que tu cuerpo y mi cuerpo se conocen, que amo como tus ojos me penetran con un vaho de ternura y porvenir, que te amo con los seis sentidos, y que por eso sonrío, sonríe; Porque si descifras todo, nada tiene gracia. Porque en realidad no hay nada que entender.
Tengamos ahora una discusión sobre el amor. Sobre este mundo tan ancho y tan ajeno. Sus tejidos musicales y colores alados. Sus habitantes y la fugacidad. Las cosas aparentemente insignificantes pero naturalmente hermosas. Los hechos desapercibidamente obvios y viceversa.
Háblame que quiero perderme en tu voz
y regocijarme en los productos de nuestras reflexiones.