Creo que fue Alejandro el que me invitó a la fiesta, y le dije que sí sin saber de quién era. Llegamos a la finca juntos, una finca tan metida en la noche, que nos perdimos varias veces antes de llegar. La casa era chiquita, de un planta, toda de cal y techo de guadua.
Entramos y Alejo saludó a todo el que se encontraba, a unas niñas que yo no conocía las saludo de beso, siempre volteaba a mirarme y decía "Mira, Gabo, te presento a un amigo; también le gusta pintar como a vos". Alejandro no era caleño, argentino ni paisa, pero le gustaba hablar de VOS. Yo solo pensaba que por ambos pintar no íbamos a caernos mejor. Pero siempre me mordía la esquina del labio, como queriendo evitar que se me saliera el comentario y le hacia un gesto al amigo mientras miraba a otro lado y Alejo le preguntaba cualquier tontería. Salimos a la parte de atrás de la casa porque alguien le dijo a Alejo que lo buscaba una niña. "Pero no lo quiero dejar solo" me dijo cuando cayó en cuenta. Fresco que yo me busco un rincón, le dije; me sonrió agradecido y se fue buscando por encima de la gente.
Ya se había ido casi todo el mundo y Alejandro no aparecía. Yo terminé recostado en un lado de la casa que daba a la piscina. Todavía tenían música, pero no estaba muy alta y no era muy movida. En frente había un pequeño kiosco con mesas de billar y mucha gente, pero nadie conocido. Se me empezaba a dormir una pierna. Me asomé porque sentí que alguien venía y vi a una niña salir de la casa. Se sentó a la orilla de la piscina, se quitó los zapatos y metió los pies al agua. Me quedé mirándola casi descaradamente y debió saberse observada porque se volteó y me encontró facílmente. Y me sonrió. Me saludó con esa sonrisa y yo le sonreí muy pobremente de vuelta. Cerró los labios y devolvió su vista al agua. En el kiosco había niñas sentadas en las mesas de billar mientras los hombres les hablaban de cerca. Había un humo dulce por todas partes. El reflejo del agua rayándome la silueta. Y su sonrisa. Volteé a verla, y pensé que se había quedado dormida, recostada sobre el pasto con los pies aun sumergidos. Me levanté, quería irme, pero mi pierna dormida no me sostuvo y caí sentado.
No quería darme cuenta, pero me estaba mirando otra vez. Volví la vista y la dirigía a su boca sonriente. "Estás bien?". Si, le dije, bien; solo se me durmió la pierna. Un tenue "mmh" vibró en sus labios. "Tu eres al que le gusta pintar?" Si, le dije. Luego le pregunté que si sabía donde estaba Alejandro. "No lo conozco". Ah, dije tontamente. "Te llamas Gabriel, no?". Aja. Se quedó pensando, viéndome de arriba a abajo. "Me harías un favor sin preguntarme porque o decirme que no?" Mm, bueno. "Te recostarías acá y me tomarías de la mano?" dijo señalando el espacio a su izquierda, tendiendo su antebrazo bocarriba y alargando los dedos; recorrí cada uno de ellos con los ojos hasta llegar a su rostro azulado. Me levanté y fui hasta su lado, enredé mis dedos en los suyos y me tendí lo más cerca posible. Con su pulgar acariciaba el dorso de mi mano y sentí que debía estar pensando en alguien. Mire al cielo y conecte las estrellas con la forma de su boca. Quizás ella sentiría que la estaba pensando. Giró su cara en mi dirección y casi me sentí culpable. Me arregló el cabello quitándomelo de los ojos y los miró por separado. Deslizó la punta de su índice derecho por mi mejilla. Reposó su mano sobre su vientre ascendente, exhaló y entonces se quedó dormida.
Así fue como conocí a Lorena.